Apuntes ligeros sobre El Examen
Una de las más arcaicas prácticas de enseñanza es el examen. En su larga trayectoria desde las Universidades medievales hasta la invasiva presencia de evaluaciones, controles y pruebas en la enseñanza institucional del presente, el examen se ha ido transformando y adaptando a sucesivas funciones (declaradas y ocultas), cambiando sus formas y técnicas. En realidad el examen escolar es una versión de prácticas selectivas, clasificatorias, de reclutamiento y admisión, de promoción, de control y disciplinamiento, de asignación de identidades y valías sociales, etc., que se extiende por distintos campos (examen médico, psiquiátrico, policial, forense, ...) y con un sustancial origen en el campo religioso: el examen de conciencia y todo el psicoanalítico protocolo de la confesión. Personalmente me resultó reconfortante encontrar magníficos desarrollos analíticos, sobre esa relación confesión-examen-pena-culpa-liberación, tiempo atrás intuidos y repensados sin erudición, y las sabias aportacioes de algunos autores. Al respecto aprendí de Carlos Lerena la identidad semántica entre los términos de confesor y maestro, en el "primer representante" de la intelligentsia escolar, de la burocracia eclesiástica: Berceo. Sabemos que de la institución del examen se han ocupado pensadores potentes y muy distintos: Marx, Durkheim, Weber, Foucault, Lerena, ... Escribía Marx:
«El examen es sólo una formalidad masónica, el reconocimiento legal del saber cívico como privilegio. El vínculo de la función pública con el individuo; ese vínculo objetivo entre el saber de la sociedad civil y el saber del Estado. El examen no es otra cosa que el bautismo burocrático del saber, el reconocimiento oficial de la transubstanciación del saber profano en saber sagrado. (Claro está que en todo examen el examinador lo sabe todo).»
Otras indagaciones más recientes han hecho algunos amigos como Javier Merchán y Juan Mainer y, otro amigo, Vicente Pérez, se afana en una tesis de doctorado sobre el mismo tema.
En consonancia con los materiales que almaceno en este lugar, las presentes líneas no atacan el asunto en niveles teóricos más allá de unos ligeros apuntes (que por otra parte apuntan algunas direcciones más interesantes para la indagación).
Quiero centrar (y cerrar) el tema en el plano más pedestre de la experiencia personal (como alumno que fui y luego como profesor) y no en la institución del examen como pieza fundamental del sistema de enseñanza. Aunque el avispado lector sabrá ir de abajo a arriba y viceversa. Sólo he de advertir que el examen en la escuela primaria al que voy a referirme, es una importación muy reciente desde otros niveles educativos. Yo lo he visto aparecer y normalizarse a lo largo de mi vida. Antaño no era otra cosa que una exhibición pública, ocasional, ritual y preparada, ante autoridades locales y de administraciones superiores para mostrar el progreso de algunos niños (ver pintura al lado de Ankel, 1862). Su adaptación a la cultura de la escuela primaria tiene peculiaridades que están por estudiar.
A la vista de un examen escolar pueden colegirse las intenciones y creencias, más o menos conscientes, del profesor. Obviamente no es lo mismo poner a los alumnos un examen para cumplir con obligaciones institucionales que para detectar cuantitativos niveles de conocimientos en individios/grupo, o para detectar la comprensión de conceptos y operaciones enseñadas, o simplemente para "que se esfuercen y estudien", o para mantener tensiones de orden y autoridad, etc. Ni es lo mismo una "prueba objetiva" que "desarrollar un tema", o que una serie de preguntas para respuestas "concisas y claras". Y, por supuesto, el asunto o "contenido" sobre el que se pregunta y lo que sobre ello se pide al alumno, es especialmente revelador.
Nunca me gustó ni ser examinado ni ser examinador. De la primera condición me quedó durante bastante tiempo un desagradable sueño recurrente en el cual miraba una y otra vez, en un lóbrego instituto, el tablón donde se exponían las listas de aprobados en un examen importante.Yo no estaba incluido y volvía a mirar ... Hablando con esta y la otra persona he constatado que similar pesadilla es bastante frecuente. Frank Kafka contaba que una angustia similar la vivía en el plano consciente: aprobaba siempre con el resultado de sentirse peor, más desgraciado, más inseguro cada vez que superaba una prueba escolar.
Y como maestro aborrecí, también, hacer exámenes. Pero he aquí que "costumbres" obligadas de la escuela, los padres y los mismos niños reclamaban los exámenes. Voy a contaros detalles reveladores. Niños de diez años me pedían ser examinados. No importa el motivo (emulación, competitividad, juego de ganar o perder, etc.). En más de una ocasión reclamaban a coro «– Julio, nunca nos haces exámenes. Queremos un examen... con notas» Sólo unos pocos bienaventurados, los que a ciencia cierta sabían que en ello iban a fracasar ostensiblemente, callaban, la cabeza entre los hombros, y miraban atónitos la locura desatada entre sus compañeros. Finalmente yo hacía exámenes y, por aquello de darle cierto sentido formativo (no me refiero a lo que llaman "evaluación formativa"), intentaba el espúreo procedimiento que sigue. Después de corregir minuciosamente los exámenes, pasaba a decirle los resultados a los niños y dedicaba unos días a explicar a los alumnos que no habían acertado con cada cuestión, a "repasar"; obligaba a repetir la misma prueba hasta que fueran, con mi ayuda, mejorando las respuestas. Cuando los alumnos que no sabían llegaban a saber, daba por conluida la tarea otorgándoles el mérito correspondiente. Ni que decir tiene lo laboriosa y difícil que resulta esa estrategia. Pero no es eso lo que quiero destacar sino las reacciones de los niños, cuando se olían las intenciones de mi juego. Los que habían salido airosos de la prueba a "la primera", sin ayuda, protestaban denunciando el fraude: « –Así no vale; si no lo sabían que se fastidien; ... el examen así no vale» Y aquellos "rescatados" de la ignorancia, supuestamente beneficiarios del método, se acababan cansando. No lo llegaban a decir pero seguro que lo pensaban: «Lo que quiere Julio es que estudiemos. Lo de la "superar" el examen es un truco para que trabajemos y aprendamos todo eso..»
Habrá observado el lector la "verdad" que subyace en la anécdota: Un examen es un examen y su naturaleza no puede ser desvirtuada. No hay sucedáneos para la piedra angular que sostiene esta torre de Babel que es el sistema de enseñanza. En realidad la demolición del examen en el sistema de enseñanza (especialmente en la enseñanza tecnocrática de masas) significa un serio atentado contra una de las esencias de ese sistema: la selección, la clasificación, ...